jueves, noviembre 26, 2009

Crítica Guatemala

Cabalgateatro: De Viejos mares
Por Juan Carlos Lemus
15:22 15/12/2009


El teatro de Bellas Artes es como un enorme diente cariado.
Adentro, además de fríos muros y asientos deteriorados como las encías de un viejo, contiene un enorme vacío que se eriza a lo largo de varios metros por encima de las butacas hasta el techo.
Tan gélido espacio es calentado —aunque ahora muy de vez en cuando— por una que otra compañía teatral que se anima a usar sus tablas en un sitio ubicado a pocos metros de El Gallito y del Centro Histórico.
El viernes recién pasado tocó el turno a Tres viejos mares, una historia de tres ancianos apostados frente al océano.
El autor del drama es el argentino Arístides Vargas. La obra fue actuada por la guatemalteca Patricia Orantes como Piedad; el hondureño Édgar Valeriano como Marcial, y el salvadoreño Omar Renderos como Nicasio.
A mí me tocó la parte derecha lateral de adentro de la muela cariada, donde es más difícil escuchar los parlamentos, de manera que no pude enterarme de todo. Por esta razón, para evitar quedarme con una apreciación pobre, al día siguiente asistí a ver de nuevo la obra, esta vez al Centro de Cooperación Española, en Antigua Guatemala. Esta segunda presentación fue ofrecida en el salón de usos múltiples de ese lugar, donde es muy difícil observar el cuadro escenográfico completo debido a que no es una sala de teatro, sino un espacio sin tarima, improvisado para el efecto. Allí no pude verla, pero sí escucharla porque la sala tiene buena acústica. De manera que vi la obra el viernes, en Bellas Artes, y la escuché el sábado, en la Cooperación. Armar así un rompecabezas me nutrió al grado de que me jacto de haber apreciado el paso por Guatemala de Tres viejos mares más que cualquier otro espectador. La obra, estrenada en Quito este año, trata de tres amigos viejos. Una ex trabajadora de correos, un militar que solo llegó a sargento y un seudoabogado sostienen conversaciones interesantes. Para cualquier sociedad, los viejos suelen ser algo menos que un estorbo, pero, en esta obra, Arístides Vargas nos los muestra divertidos, contradictorios y hasta mentirosos. En otras palabras, de viejos somos una prolongación de lo que hemos sido toda la vida. Los amigos observan buques o aviones, muertos, migrantes y algún crustáceo, todo insuflado de una intensa actitud reflexiva, tanto así que Arístides Vargas nos devuelve la credibilidad en los dramaturgos de nuestra época, muchos de ellos más empeñados en la performance que en la profundidad ecuatorial del ser humano. Este autor logra que cada oración de su obra sea importante para cuestionar la vida, la inmensidad, el tiempo, el dolor y la alegría.
En cuanto a las actuaciones, Orantes, Valeriano y Renderos son tres lúcidos actores centroamericanos; algo de lo más granado que podemos encontrar en la región. En esta obra, como en otras, abordan sus roles con el corazón y con gran elocuencia. Algo innecesario en esta ocasión, me parece, es el abuso del localismo “papá” por parte del salvadoreño Renderos. Además, si bien las presentaciones se llevan los encomios dignos de artistas bien troquelados, justo es señalar que Renderos y Valeriano, a diferencia de Orantes, estaban más cerca de ser dos cincuentones fornidos que dos viejos mares. Dejan la duda de cómo sería si ambos actores hubieran envejecido a sus personajes unos 20 años más, de manera que habríamos tenido delante a viejos intratextualmente potentes y no a robustos adultos envejecidos a fuerza de texto y de maquillaje. Dirección de Arístides Vargas y Charo Francés.

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