Arístides Vargas:
Monólogo de un elegido
Por Francisco Febres Cordero
Nací en Córdoba, pero viví toda la vida en San Martín, un pueblo muy cercano a Mendoza. Mi hermano mayor me regaló los primeros libros, me hizo leer a Antonio Machado cuando yo tenía 13 ó 14 años. Éramos siete hermanos. Yo era el menor. San Martín queda a 1.500 kilómetros de Buenos Aires. Nuestra vida era entre campesina y urbana. Mis padres eran gente de campo, que habían emigrado a la ciudad. Yo crecí en la ciudad, pero mantuve lazos muy fuertes con lo rural.
(...) Yo me daba ínfulas de poeta. Leía poesía (lo hago hasta hoy día) e intenté escribirla cuando mi primer matrimonio fracasó. Pero creo que también fracasó mi poesía. Ahora pienso que la dimensión poética se manifiesta en las obras de teatro que escribo. Este grupo de jóvenes tuvo un destino trágico: algunos estuvieron presos, otros tuvimos que exiliarnos y a otros los mataron. Los que quedamos nos seguimos viendo de vez en cuando.
Estudié hasta tercer año de secundaria y luego fui a la Escuela Superior de Arte Dramático, que dependía de la Universidad Nacional de Cuyo.
(...) No terminé la carrera porque a fines del 74 asumió el poder Isabel Martínez de Perón y se creó un cuerpo represivo nefasto, que se llamaba Alianza Anticomunista Argentina, la triple A, que comenzó a actuar de manera impune en un país que suponíamos vivía en democracia. Este grupo paramilitar asedió la Escuela de Arte Dramático, comenzaron las persecuciones y por último los encarcelamientos. Ahí tuve que salir de Argentina, cuando cursaba el segundo año de estudios. Para entonces ya estaba casado. Me casé a los 18 años. En esa época todos nos casábamos jóvenes porque creíamos que íbamos a ser jóvenes para siempre. Con Laura, mi primera esposa, no tuvimos hijos.
Salimos sin destino fijo. Nos daba lo mismo ir a cualquier parte. Ahora siento que teníamos muchos problemas. Teníamos problemas entre nosotros, problemas con el entorno, problemas de miedo, problemas de desarraigo. Nos fuimos los cuatro: Ernesto Suárez con su mujer, Tati Interlige, Laura y yo. Y también la hijita de ellos, Laurita, que era chiquita. Ahora, cuando la veo a ella en televisión, me sorprendo del paso del tiempo. Viajamos por tierra, atravesando un país en guerra, hasta Salta, un paso fronterizo con la parte norte de Chile. Llegamos al Perú, donde vivimos un año en los camerinos del teatro La Cabaña.
Teníamos dos obras: una infantil que se llamaba Ta Te Ti, y otra que habíamos hecho en Argentina, La farsa de Patelín, muy divertida y que para nosotros funcionó como terapia porque nos permitía reír en un tiempo muy oscuro. La obra nos sacaba del exilio y nos metía en la ficción. Con esas obras trabajábamos en teatros, en ferias o en mercados, a cambio de comida. Hacíamos también teatro callejero. (...)
MALAYERBA NACE EN QUITO
Decidimos venir al Ecuador sin saber a dónde veníamos. (...) Quito me pareció de una belleza excepcional. La parte colonial me maravilló. Dije “aquí me voy a quedar”. Quedé perplejo ante la intensidad del paisaje, del sol, de la luz. Era 1976.
Ernesto Suárez fue a trabajar como profesor de la Escuela de Teatro de la Universidad Central. E inmediatamente comenzamos a hacer funciones en escuelas y teatros. Entonces en Quito había mucha gente que hacía teatro, aunque no tenía el teatro como un oficio. Nosotros sí: era lo único que sabíamos hacer.
Vivíamos pendientes de lo que sucedía en Argentina y con la idea de volver. Pero, sin darnos cuenta, fuimos echando raíces. De pronto se rompió el grupo, porque surgieron las crisis de las parejas. El grupo éramos dos matrimonios. Ernesto y Tati fueron a Guayaquil y luego se separaron. También Laura y yo nos separamos.
Ya solo en Quito, comencé a relacionarme con la gente de aquí. Conocí a Jaime Guevara en 1977. En su casa empecé a conocer a una serie de jóvenes inquietos y con el tiempo entendí por qué me quedé: los países no son paisajes, son personas, son comarcas afectivas que te recogen y te hacen sentir que no eres un extranjero. Eso para mí es un país.
Vivía en un edificio de Los Dos Puentes, donde conocí al diseñador chileno Pepe Rosales y a Carlos Theus, un belga que hacía teatro. Formamos un grupo que se llamó Mojiganga. Pusimos dos o tres obras, una de las cuales era Misterio Bufo, de Darío Fo, un autor al que casi no se conocía en América Latina. Por ese tiempo se incorporaron al grupo Susana Pautasso, argentina, Charo Francés, española y, más tarde, Silvia Henao, colombiana, y Hugo Gianini, pianista chileno.
En Mojiganga comenzamos a dar vueltas a la idea de formar Malayerba. La primera obra que montó el grupo fue Robinson Crusoe. Ahí se incorporaron dos ecuatorianos: Carlos Michelena y Lupe Acosta.
Fue en Malayerba donde realmente aprendí a hacer teatro. Esencialmente era un grupo de estudio, lo que nos interesaba era estudiar y ensayar, más que representar. Por eso tardamos tres años en hacer nuestra primera obra. Después hicimos Mujeres, también de Darío Fo. Luego, una obra de creación colectiva, La Fanesca. Siempre que volvíamos a la creación colectiva sentíamos que teníamos que aprender, que el teatro no era una ocurrencia más o menos feliz de unas actrices y unos actores, sino un arte complejo, lleno de caminos que había que transitar. Posteriormente hicimos Doña Rosita la soltera, de García Lorca, y El señor Puntila y su criado Matti, de Brecht.
EL DRAMATURGO
Yo jodía mucho con que alguien en Malayerba tenía que escribir los textos para la escena. Hasta que Charo Francés me dijo un día: “Mira, déjanos de joder la vida y ponte a escribir tú”. La posibilidad de escribir fue un gran descubrimiento para mí.
Lo primero que escribí fue una versión de Woyzec, de Buchner, en los años 90. La obra se llamó Francisco de Cariamanga. Él es un soldado ecuatoriano que está cuidando la frontera entre Perú y Ecuador, en los años 40. Buscaba indagar qué es ser peruano y qué ser ecuatoriano.
Creo que el teatro es un juego. Un juego que nunca acaba. Es una suerte de varios discursos que se van concatenando y reinventando constantemente. El autor propone un juego y lo siguen el director, el actor y el público. Luego, todo vuelve a comenzar. Cuando escribes un texto no puedes agotar ni el teatro ni el texto. El texto de una novela es una pared, así de sólido. El texto del teatro es un tapiz que deja ver qué hay detrás a través del entramado. Y entonces el director comienza a tejer su nuevo discurso en ese entramado. Y luego el actor comienza a tejer. Y por último el público. Por eso en Pluma lo que propongo es una traición a mí mismo. Es decir, tomo mi obra como si fuera ajena. En el texto escrito hay una serie de indicaciones que hice como autor, pero que no respeté como director.
El destino me ha tratado bien y mal. Afortunado en el teatro e infortunado en un montón de cosas.
No creo que sea más talentoso o mejor que otros. Creo que la suerte actúa en el sentido de que te hace estar en un lugar donde, por casualidad, pasó algo. Y siempre fue así, desde el momento en que mi hermano me hizo leer a Antonio Machado.
He recorrido mundo, he estado en muchas partes, en muchos festivales.
Soy un obsesionado por la muerte. Estoy a punto de cumplir 50 años y uno tiene que asumir que no es inmortal. Uno empieza a sufrir los achaques propios de la edad. Cuando uno tiene 50 (o casi) siente que ya es hora de que le pase algo. Mi médico es un cardiólogo que, con un humor muy quiteño, dice “qué feo que ha de ser morirse en perfecto estado de salud”.
Mi padre murió de un ataque al corazón. No pude ir a su entierro, porque todavía tenía prohibición de volver a Argentina. En la Argentina de entonces ser joven era un antecedente penal, un atentado contra el Estado. Si uno tenía 20 años era sospechoso de que algo estaba tramando. Era una Argentina patológica. En mi país cada cierto tiempo sucede algo terrible que nos devuelve hacia el atrás, hacia el antes. A veces alguien me dice: “Pero si tú sigues haciendo teatro político”. Y yo le respondo: “Yo sólo sigo recordando”.
UN NEGRO EMOCIONAL
Volví a Argentina en el año 84, con Malayerba, al festival de Córdoba, y eso me causó un shock muy grande por muchas razones que todavía estoy tratando de comprender. Pienso que no he logrado aceptar que a mí me pasó una cosa que no le debe pasar a nadie. Y eso me creó un sentimiento muy fuerte.
Con Charo Francés trabajé muchos años y cuando ella enviudó y quedó sola, fue natural encontrarnos.
Ahora voy a Argentina una o dos veces por año a ver a mi madre, que tiene 90 años. Y, aunque hoy se están poniendo obras mías en Buenos Aires, no salgo de la casa de mi madre. En España me preguntan por qué vuelvo a Ecuador, cuando puedo quedarme allá a hacer grandes cosas. Para mí el teatro no tiene nada que ver con la crítica, con la fama, con el dinero. El teatro, en mi caso, es una necesidad profundamente emocional. Lo hago aquí porque tengo el contexto para hacerlo. Tengo un espacio, tengo un grupo para explorar todos estos universos emocionales que muchas veces no me dejan dormir. Estoy en Quito porque esta es una ciudad que me permite crear.
(...) ‘Negro’ es un apodo que me viene de Argentina, donde somos muy propensos a los sobrenombres. Pero no se crea que no me ha costado acuñarlo. Con Charo teníamos una empleada en nuestra casa que, como no le gustaba decirme Negro, me decía ‘señor morenito’. Y otra vez, en Miami, en el aeropuerto, Charo me gritó ¡Negro! y le cayeron tres policías a reclamarle con el argumento de que me había insultado. En Esmeraldas volvió a gritarme ¡Negro! y todo el mundo se dio la vuelta, creyendo que era a ellos.
Mi padre era un campesino que apenas había terminado la escuela primaria, pero era un gran lector de los clásicos, de la literatura griega. Entonces me puso a mí Arístides y a una de mis hermanas Minerva. Arístides –me dijo un día Simón Espinosa– significa ‘el elegido’.
Mi apellido es Vargas. Entonces, soy Arístides Vargas.
Rosario Francés, dirección de actores
Nací en Pamplona (España) el 15 de diciembre de 1949. Estudié y me gradué de Filosofía en la Universidad de Navarra. Mi formación teatral la realicé en el TEI, en Madrid – España. Mi maestro de actuación fue el señor William Leighton. También tomé un curso de actuación en la Universidad de Midleex en Londres-Inglaterra.
En el año 1978 fui a vivir a Ecuador y ese mismo año entré a formar parte del grupo de teatro Mojiganga de Quito. Al año siguiente y, junto a Susana Pautasso y Arístides Vargas fundé el grupo de teatro Malayerba, donde he participado como actriz en los montajes:
"Mujeres", de Darío Fo; "El Sr. Puntilla", de Bertold Brecht; "Doña Rosita la Soltera", de Federico García Lorca, “Jardín de Pulpos” y “Nuestra Señora de las Nubes” de Arístides Vargas, entre otras.
Con Malayerba he participado en distintos festivales internacionales de teatro en países de Sur América, México, Cuba, Estado Unidos, España, Francia, Portugal, Alemania.
He realizado la dirección general de tres obras del grupo y he hecho la dirección de actores en el resto de obras del repertorio Malayerba. En el año 1991 creé el “Laboratorio para Actores Malayerba” del que soy directora hasta la fecha.
He escrito y dirigido la obra de teatro: “Tírenle Tierra”, parte del repertorio del Malayerba.
Fuera del grupo he llevado a cabo la dirección de actores en cine, en películas como: “La Tigra” y “Entre Marx y una mujer desnuda”, dirigidas por Camilo Luzuriaga.
He realizado la dirección actoral en distintos montajes, en diferentes países de Latinoamérica, España y Estados Unidos. Cátedra en la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. Cátedra Escuela de teatro de Pamplona, España, Kukubiltxo, País Vasco, España.
He dictado numerosos Talleres de Actuación en diferentes partes del mundo.
Monólogo de un elegido
Por Francisco Febres Cordero
Nací en Córdoba, pero viví toda la vida en San Martín, un pueblo muy cercano a Mendoza. Mi hermano mayor me regaló los primeros libros, me hizo leer a Antonio Machado cuando yo tenía 13 ó 14 años. Éramos siete hermanos. Yo era el menor. San Martín queda a 1.500 kilómetros de Buenos Aires. Nuestra vida era entre campesina y urbana. Mis padres eran gente de campo, que habían emigrado a la ciudad. Yo crecí en la ciudad, pero mantuve lazos muy fuertes con lo rural.
(...) Yo me daba ínfulas de poeta. Leía poesía (lo hago hasta hoy día) e intenté escribirla cuando mi primer matrimonio fracasó. Pero creo que también fracasó mi poesía. Ahora pienso que la dimensión poética se manifiesta en las obras de teatro que escribo. Este grupo de jóvenes tuvo un destino trágico: algunos estuvieron presos, otros tuvimos que exiliarnos y a otros los mataron. Los que quedamos nos seguimos viendo de vez en cuando.
Estudié hasta tercer año de secundaria y luego fui a la Escuela Superior de Arte Dramático, que dependía de la Universidad Nacional de Cuyo.
(...) No terminé la carrera porque a fines del 74 asumió el poder Isabel Martínez de Perón y se creó un cuerpo represivo nefasto, que se llamaba Alianza Anticomunista Argentina, la triple A, que comenzó a actuar de manera impune en un país que suponíamos vivía en democracia. Este grupo paramilitar asedió la Escuela de Arte Dramático, comenzaron las persecuciones y por último los encarcelamientos. Ahí tuve que salir de Argentina, cuando cursaba el segundo año de estudios. Para entonces ya estaba casado. Me casé a los 18 años. En esa época todos nos casábamos jóvenes porque creíamos que íbamos a ser jóvenes para siempre. Con Laura, mi primera esposa, no tuvimos hijos.
Salimos sin destino fijo. Nos daba lo mismo ir a cualquier parte. Ahora siento que teníamos muchos problemas. Teníamos problemas entre nosotros, problemas con el entorno, problemas de miedo, problemas de desarraigo. Nos fuimos los cuatro: Ernesto Suárez con su mujer, Tati Interlige, Laura y yo. Y también la hijita de ellos, Laurita, que era chiquita. Ahora, cuando la veo a ella en televisión, me sorprendo del paso del tiempo. Viajamos por tierra, atravesando un país en guerra, hasta Salta, un paso fronterizo con la parte norte de Chile. Llegamos al Perú, donde vivimos un año en los camerinos del teatro La Cabaña.
Teníamos dos obras: una infantil que se llamaba Ta Te Ti, y otra que habíamos hecho en Argentina, La farsa de Patelín, muy divertida y que para nosotros funcionó como terapia porque nos permitía reír en un tiempo muy oscuro. La obra nos sacaba del exilio y nos metía en la ficción. Con esas obras trabajábamos en teatros, en ferias o en mercados, a cambio de comida. Hacíamos también teatro callejero. (...)
MALAYERBA NACE EN QUITO
Decidimos venir al Ecuador sin saber a dónde veníamos. (...) Quito me pareció de una belleza excepcional. La parte colonial me maravilló. Dije “aquí me voy a quedar”. Quedé perplejo ante la intensidad del paisaje, del sol, de la luz. Era 1976.
Ernesto Suárez fue a trabajar como profesor de la Escuela de Teatro de la Universidad Central. E inmediatamente comenzamos a hacer funciones en escuelas y teatros. Entonces en Quito había mucha gente que hacía teatro, aunque no tenía el teatro como un oficio. Nosotros sí: era lo único que sabíamos hacer.
Vivíamos pendientes de lo que sucedía en Argentina y con la idea de volver. Pero, sin darnos cuenta, fuimos echando raíces. De pronto se rompió el grupo, porque surgieron las crisis de las parejas. El grupo éramos dos matrimonios. Ernesto y Tati fueron a Guayaquil y luego se separaron. También Laura y yo nos separamos.
Ya solo en Quito, comencé a relacionarme con la gente de aquí. Conocí a Jaime Guevara en 1977. En su casa empecé a conocer a una serie de jóvenes inquietos y con el tiempo entendí por qué me quedé: los países no son paisajes, son personas, son comarcas afectivas que te recogen y te hacen sentir que no eres un extranjero. Eso para mí es un país.
Vivía en un edificio de Los Dos Puentes, donde conocí al diseñador chileno Pepe Rosales y a Carlos Theus, un belga que hacía teatro. Formamos un grupo que se llamó Mojiganga. Pusimos dos o tres obras, una de las cuales era Misterio Bufo, de Darío Fo, un autor al que casi no se conocía en América Latina. Por ese tiempo se incorporaron al grupo Susana Pautasso, argentina, Charo Francés, española y, más tarde, Silvia Henao, colombiana, y Hugo Gianini, pianista chileno.
En Mojiganga comenzamos a dar vueltas a la idea de formar Malayerba. La primera obra que montó el grupo fue Robinson Crusoe. Ahí se incorporaron dos ecuatorianos: Carlos Michelena y Lupe Acosta.
Fue en Malayerba donde realmente aprendí a hacer teatro. Esencialmente era un grupo de estudio, lo que nos interesaba era estudiar y ensayar, más que representar. Por eso tardamos tres años en hacer nuestra primera obra. Después hicimos Mujeres, también de Darío Fo. Luego, una obra de creación colectiva, La Fanesca. Siempre que volvíamos a la creación colectiva sentíamos que teníamos que aprender, que el teatro no era una ocurrencia más o menos feliz de unas actrices y unos actores, sino un arte complejo, lleno de caminos que había que transitar. Posteriormente hicimos Doña Rosita la soltera, de García Lorca, y El señor Puntila y su criado Matti, de Brecht.
EL DRAMATURGO
Yo jodía mucho con que alguien en Malayerba tenía que escribir los textos para la escena. Hasta que Charo Francés me dijo un día: “Mira, déjanos de joder la vida y ponte a escribir tú”. La posibilidad de escribir fue un gran descubrimiento para mí.
Lo primero que escribí fue una versión de Woyzec, de Buchner, en los años 90. La obra se llamó Francisco de Cariamanga. Él es un soldado ecuatoriano que está cuidando la frontera entre Perú y Ecuador, en los años 40. Buscaba indagar qué es ser peruano y qué ser ecuatoriano.
Creo que el teatro es un juego. Un juego que nunca acaba. Es una suerte de varios discursos que se van concatenando y reinventando constantemente. El autor propone un juego y lo siguen el director, el actor y el público. Luego, todo vuelve a comenzar. Cuando escribes un texto no puedes agotar ni el teatro ni el texto. El texto de una novela es una pared, así de sólido. El texto del teatro es un tapiz que deja ver qué hay detrás a través del entramado. Y entonces el director comienza a tejer su nuevo discurso en ese entramado. Y luego el actor comienza a tejer. Y por último el público. Por eso en Pluma lo que propongo es una traición a mí mismo. Es decir, tomo mi obra como si fuera ajena. En el texto escrito hay una serie de indicaciones que hice como autor, pero que no respeté como director.
El destino me ha tratado bien y mal. Afortunado en el teatro e infortunado en un montón de cosas.
No creo que sea más talentoso o mejor que otros. Creo que la suerte actúa en el sentido de que te hace estar en un lugar donde, por casualidad, pasó algo. Y siempre fue así, desde el momento en que mi hermano me hizo leer a Antonio Machado.
He recorrido mundo, he estado en muchas partes, en muchos festivales.
Soy un obsesionado por la muerte. Estoy a punto de cumplir 50 años y uno tiene que asumir que no es inmortal. Uno empieza a sufrir los achaques propios de la edad. Cuando uno tiene 50 (o casi) siente que ya es hora de que le pase algo. Mi médico es un cardiólogo que, con un humor muy quiteño, dice “qué feo que ha de ser morirse en perfecto estado de salud”.
Mi padre murió de un ataque al corazón. No pude ir a su entierro, porque todavía tenía prohibición de volver a Argentina. En la Argentina de entonces ser joven era un antecedente penal, un atentado contra el Estado. Si uno tenía 20 años era sospechoso de que algo estaba tramando. Era una Argentina patológica. En mi país cada cierto tiempo sucede algo terrible que nos devuelve hacia el atrás, hacia el antes. A veces alguien me dice: “Pero si tú sigues haciendo teatro político”. Y yo le respondo: “Yo sólo sigo recordando”.
UN NEGRO EMOCIONAL
Volví a Argentina en el año 84, con Malayerba, al festival de Córdoba, y eso me causó un shock muy grande por muchas razones que todavía estoy tratando de comprender. Pienso que no he logrado aceptar que a mí me pasó una cosa que no le debe pasar a nadie. Y eso me creó un sentimiento muy fuerte.
Con Charo Francés trabajé muchos años y cuando ella enviudó y quedó sola, fue natural encontrarnos.
Ahora voy a Argentina una o dos veces por año a ver a mi madre, que tiene 90 años. Y, aunque hoy se están poniendo obras mías en Buenos Aires, no salgo de la casa de mi madre. En España me preguntan por qué vuelvo a Ecuador, cuando puedo quedarme allá a hacer grandes cosas. Para mí el teatro no tiene nada que ver con la crítica, con la fama, con el dinero. El teatro, en mi caso, es una necesidad profundamente emocional. Lo hago aquí porque tengo el contexto para hacerlo. Tengo un espacio, tengo un grupo para explorar todos estos universos emocionales que muchas veces no me dejan dormir. Estoy en Quito porque esta es una ciudad que me permite crear.
(...) ‘Negro’ es un apodo que me viene de Argentina, donde somos muy propensos a los sobrenombres. Pero no se crea que no me ha costado acuñarlo. Con Charo teníamos una empleada en nuestra casa que, como no le gustaba decirme Negro, me decía ‘señor morenito’. Y otra vez, en Miami, en el aeropuerto, Charo me gritó ¡Negro! y le cayeron tres policías a reclamarle con el argumento de que me había insultado. En Esmeraldas volvió a gritarme ¡Negro! y todo el mundo se dio la vuelta, creyendo que era a ellos.
Mi padre era un campesino que apenas había terminado la escuela primaria, pero era un gran lector de los clásicos, de la literatura griega. Entonces me puso a mí Arístides y a una de mis hermanas Minerva. Arístides –me dijo un día Simón Espinosa– significa ‘el elegido’.
Mi apellido es Vargas. Entonces, soy Arístides Vargas.
Rosario Francés, dirección de actores
Nací en Pamplona (España) el 15 de diciembre de 1949. Estudié y me gradué de Filosofía en la Universidad de Navarra. Mi formación teatral la realicé en el TEI, en Madrid – España. Mi maestro de actuación fue el señor William Leighton. También tomé un curso de actuación en la Universidad de Midleex en Londres-Inglaterra.
En el año 1978 fui a vivir a Ecuador y ese mismo año entré a formar parte del grupo de teatro Mojiganga de Quito. Al año siguiente y, junto a Susana Pautasso y Arístides Vargas fundé el grupo de teatro Malayerba, donde he participado como actriz en los montajes:
"Mujeres", de Darío Fo; "El Sr. Puntilla", de Bertold Brecht; "Doña Rosita la Soltera", de Federico García Lorca, “Jardín de Pulpos” y “Nuestra Señora de las Nubes” de Arístides Vargas, entre otras.
Con Malayerba he participado en distintos festivales internacionales de teatro en países de Sur América, México, Cuba, Estado Unidos, España, Francia, Portugal, Alemania.
He realizado la dirección general de tres obras del grupo y he hecho la dirección de actores en el resto de obras del repertorio Malayerba. En el año 1991 creé el “Laboratorio para Actores Malayerba” del que soy directora hasta la fecha.
He escrito y dirigido la obra de teatro: “Tírenle Tierra”, parte del repertorio del Malayerba.
Fuera del grupo he llevado a cabo la dirección de actores en cine, en películas como: “La Tigra” y “Entre Marx y una mujer desnuda”, dirigidas por Camilo Luzuriaga.
He realizado la dirección actoral en distintos montajes, en diferentes países de Latinoamérica, España y Estados Unidos. Cátedra en la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. Cátedra Escuela de teatro de Pamplona, España, Kukubiltxo, País Vasco, España.
He dictado numerosos Talleres de Actuación en diferentes partes del mundo.
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